Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Metalistería y orfebrería

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

Los hallazgos de piezas de orfebrería ibérica se deben en buena medida a la casualidad. En los poblados, los hallazgos son escasos, puesto que por tratarse de bienes de un alto valor material, sus poseedores han procurado atesorarlos y conservarlos en la medida de lo posible, llevándolos consigo en cualquier cambio de residencia. Y cuando aparecen, precisamente este alto valor material es el que hace que la mayor parte de las veces la pieza o las piezas encontradas pase a engrosar el circuito del mercado clandestino de antigüedades, pudiéndose contar con los dedos de una mano las ocasiones en que estos hallazgos son hechos públicos, casi siempre tras un proceso accidentado.
Los hallazgos de materiales preciosos son más frecuentes en las necrópolis que en los poblados, ya que en la Antigüedad es frecuente que como ajuar funerario se incluya alguna pieza de valor, sea una cerámica importada, sea uno o varios objetos de oro o de plata de propiedad del difunto. Cuando aparecen en un poblado, lo hacen por regla general en forma de escondrijo o de tesoro, esto es, como consecuencia de la ocultación deliberada de un conjunto de piezas de valor ante una circunstancia anormal, casi siempre un peligro de guerra o una amenaza interior, y siempre con la esperanza de volverlo a recoger. Los tesoros más importantes que conocemos en la Península Ibérica -Carambolo, Villena, Aliseda, Jávea- relacionados con el momento y las culturas que ahora nos ocupan, proceden de hallazgos casuales, en un contexto funerario (Aliseda) o poblacional (Carambolo, Villena, posiblemente Jávea).

El contenido de los tesoros varía considerablemente de unos a otros. El de Jávea es casi con toda seguridad propiedad de una rica dama e incluye como piezas principales una diadema rectangular formada por varios frisos y terminada en sus extremos en dos triángulos, varios collares y un colgante. El de ViIlena, por el contrario, debió de pertenecer a un rey o reyezuelo indígena, ya que junto a objetos de adorno personal de extraordinaria riqueza -brazaletes de varios tipos, sobre todo- encontramos también elementos de vajilla -botellas de plata, cuencos de oro- que testimonian un ambiente rico, y un pequeño fragmento del mango de un objeto desaparecido, posiblemente de madera, que está hecho de oro y hierro, utilizado éste también como material noble. Aunque se trata de un tesoro más antiguo que la época ibérica que ahora estamos considerando, creemos que refleja bastante bien los elementos básicos de las pertenencias de un personaje destacado de la sociedad.

El tesoro del Carambolo, por el contrario, parece corresponder a elementos de adorno personal de una o varias personas, tal vez relacionadas con alguna actividad religiosa o de representación. Y el de La Aliseda, por su parte, nos recuerda una vez más las pertenencias de un rico personaje, con predominio de elementos de su ajuar personal, aunque con algún añadido, como el jarro de vidrio tallado, que puede considerarse tan valioso como una pieza de orfebrería, por su rareza, lo que nos está indicando que se trata del ajuar funerario de una persona con el suficiente poder adquisitivo como para poder sustituir el característico recipiente de cerámica de barniz rojo por uno de vidrio tallado.

Con el paso del tiempo, estos tesoros de piezas de orfebrería ceden su lugar a otros en los que el elemento principal son las monedas; ello ocurre a partir del siglo II a. C., cuando las monedas han alcanzado ya una amplia difusión en la Península, más quizá como elemento de intercambio y de atesoramiento que como consecuencia del establecimiento de una economía propiamente monetal. A partir de esta época son muy numerosos los tesoros en los que el elemento principal son las monedas, aunque en no pocos casos, junto a ellas, aparecen objetos de metales preciosos, casi siempre plata, amortizados ya por el uso, y lingotes de plata intactos o parcialmente utilizados; algunos autores han supuesto que se trate de escondrijos de plateros, aunque es posible que las propias familias guardaran también -junto a los objetos de plata en uso- restos de otros ya estropeados e incluso pequeños lingotes que les permitieran encargar trabajos a los plateros itinerantes, proporcionándoles ellos mismos la materia prima.

No todos los tesoros conocidos, sin embargo, se componen de piezas de adorno, ni todos ellos son de oro. En muchos de los tesoros con objetos de plata alternan los elementos de adorno personal con los de vajilla de mesa. Así, el de Abengibre (Albacete), está formado por numerosos cuencos de plata con inscripciones ibéricas, en las que podemos leer el nombre del propietario y en algunos casos el peso de la pieza; los de Salvacañete (Cuenca), Pozoblanco (Córdoba) y Perotitos y Mengíbar (Jaén), este último ya de finales del siglo II o comienzos del I a. C., en los que junto a piezas de adorno, como fíbulas, brazaletes, etc., existen un buen número de recipientes de vajilla de mesa decorados con repujados, incisiones y, en algunos casos, nielados.

El de Mengíbar, quizás uno de los más simples, se compone de numerosos torques y brazaletes; los primeros son todos de alambres de plata trenzados, en tanto que los segundos están formados por un solo alambre de plata y son por consiguiente de superficie lisa; junto a ellos, un cuenco con decoración incisa y una horquilla o tenedor de dos puntas.

Sin embargo, el más importante de todos estos tesoros es quizás el conjunto de Tivissa, en la provincia de Tarragona -en realidad un conjunto de dos tesoros- cuya ocultación se ha puesto tradicionalmente en relación con la Segunda Guerra Púnica, aunque en los últimos años se ha propuesto una fecha algo más tardía, en torno al 180 a. C. Estos tesoros incluyen pendientes de oro, monedas y, sobre todo, un conjunto de recipientes de plata (páteras, vasos caliciformes, cuencos), con decoraciones de diverso tipo y del mayor interés; las páteras están adornadas con motivos como una cabeza de felino repujado en su fondo interior, escenas y motivos diversos incisos y nielados, etc.; una de ellas incluye motivos vegetales en forma de roleos, peces y una planta que recuerda el árbol de la vida mediterráneo; otra, una figura femenina entronizada, tal vez la representación de la misma diosa ibérica que vemos en otros lugares, en torno a la cual se desarrollan diversas escenas de sacrificio y cacería.

La cabeza de felino que aparece en un repujado muy alto en el centro del fondo interior de algunas estas piezas es muy similar a la que encontramos en una pátera procedente del tesoro de Perotitos, en Jaén, aunque aquí esta cabeza aparece con una cabeza humana dentro de sus fauces, como si la estuviera devorando; es posible que en ello pueda verse un último trasunto de las cabezas de Hércules cubiertas por la piel de león que encontramos en cerámicas de barniz negro del momento; pero si es así, parece que el artesano ibérico ha reinterpretado el motivo, sustituyendo la impresión de dominio del hombre sobre la fiera por la del más crudo desamparo ante ella. De todas formas, este felino o lobo es una representación muy querida por el artista y la sociedad ibéricos; la encontramos, además de en los umbos de las piezas ya citadas, en el pectoral de un guerrero de Elche y en el escudo de la Minerva de la muralla de Tarragona. Otra pátera de Tivissa muestra en relieve repujado una serie de tres cuádrigas en torno a un umbo central rodeado por un friso de flores y palmetas, motivo estrechamente relacionado con los de talleres suritálicos del momento, cuyas producciones debieron servir de modelo a la cerámica de barniz negro denominada de Cales.

Aparte de estos grandes tesoros, repletos de piezas significativas y de gran interés, el mundo de la orfebrería ibérica cuenta con no pocos hallazgos de piezas aisladas realizados en muchos yacimientos, sobre todo necrópolis: la mayoría de ellos son similares a los descritos más arriba, y otros resultan tan sólo versiones desarrolladas y enriquecidas de objetos de uso cotidiano; así, las fíbulas, por lo común fabricadas en bronce, pueden ser en ocasiones de plata y bastante complejas, como nos atestiguan los hallazgos de Santisteban del Puerto o Pozoblanco, por citar sólo algunos de los más importantes; casi siempre se trata de fíbulas más grandes de lo normal, con decoración figurada, como en el último caso citado, en el que aparecen un jinete -posiblemente un cazador- y varios animales.